¿Algo para admirar o para ocultar?
Una línea trazada por un lápiz es capaz de construir sueños, crear arte, diseñar grandes estructuras, construir bellas historias en libros y llegar a las salas de cine; sólo una línea tiene el poder de transformar, especialmente cuando estas se cruzan y se unen con otras para hacer grandes cosas. Se preguntarán ¿para dónde voy con todo esto?



Imágenes tomadas de Pinterest.
De niña recuerdo buscar papel y lápiz para dibujar a mis abuelos cada vez que me visitaban; amaba pasar horas hablando con mi ‘Ami’, tanto que ‘Api’ se levantaba de la mecedora y se iba a su habitación a ver televisión o simplemente descansar de tanta ‘lora’ (habladuría). Entre mis recuerdos más lindos están sentarme a hablar con mis vecinos, todos eran adultos mayores pues yo era amiga de sus hijos y nietos; doña Trini, don Efraín, doña Georgina, doña Agustina, doña Esther, don Carlos, don Hernando, y muchos más. Claro está que en mi época no llamábamos a los señores por su nombre de pila, era muestra de respeto usar ‘don’ y ‘doña’, algo que con los años se ha perdido, o se ha dejado de lado esta tradición por el afán de ‘retrasar el envejecimiento’ y parecer “estar al mismo nivel”, es decir, que todos permanecemos ‘jóvenes’ en esta línea del tiempo en la que coincidimos.
¿En qué momento envejecer se convirtió en algo negativo? Si, es cierto que los estándares de belleza han mejorado, que la moda, aunque no incomoda, hoy está en su mayor auge, pero ¿porque ahora se estigmatiza a una mujer por dejarse las canas, por no operarse su cuerpo después de dar a luz o por no usar bótox ni maquillaje?
Hoy día nos hacen sentir vergüenza de las líneas que decoran nuestros rostros y cuerpos, que cuentan nuestra historia y muestran nuestro arte. Estamos sumergidos en un mundo de fantasía y banalidad, en donde la prioridad está en cómo nos vemos por fuera: usando filtros en redes sociales, comprando con desesperación cuidados para la piel, el cabello, suplementos, ropa, accesorios, joyas y maquillaje. Pasamos horas detrás del celular viendo tutoriales de recetas saludables, que en su mayoría no llegamos a intentar, siguiendo rutinas de ejercicios, ayuno intermitente, aprendiendo a vestir, entregando nuestro tiempo a personas que no conocemos pero que nos ‘inspiran’ a tener una vida perfecta, en abundancia, sin arrugas, sin flacidez ni canas, todo con tal de no envejecer, pero ¿qué pasa con lo que tenemos dentro?, ¿qué sucede con nuestras mentes?, ¿con nuestro espíritu?, ¿en dónde queda valorar y cuidar un cuerpo sano y no bonito ni perfecto?, ¿qué sucede con nuestro legado?, ¿quién determina que es perfecto?


Desde noviembre del año pasado empecé a hacer voluntariado en un Adult Day Care (una guardería para adultos) en el estado de la Florida, en mi deseo de usar mi tiempo en algo útil y simultáneamente mejorar mi inglés, hablé con una amiga que conocí hace más de un año y ella me recomendó con la dueña del lugar, permitiéndome ir dos veces por semana para compartir con más de diez abuelitos que pasan sus días en comunidad haciendo actividades que los mantienen activos, felices y saludables.
Al principio fui muy tímida, sólo me sentaba a su lado para ayudarles con actividades manuales, pronunciando palabras en inglés acerca de colores, formas mientras les ayudaba a pintar o armar un rompecabezas, poco a poco me fui ganando un espacio en sus memorias cortas.
Diana, una adorable mujer, que al principio era un poco seria y parca, pero muy conversadora, sólo podía ver sus ojos fijamente mientras me hablaba tratando de entender la historia y así poder hacerle preguntas para que la conversación fluyera, aquellos ojos que a ratos se desconectaban, de repente me preguntaba “¿en qué ciudad estoy?, ¿a qué hora llega mi hijo a recogerme?” y alrededor de aquellos espejos del alma, podía divisar un mapa que muestra una vida entera de amor y entrega, esas líneas que decoran su sonrisa especialmente cuando habla de sus hijos. Ella tiene Alzheimer, en etapa media.


Imágenes tomadas de Pinterest.
John, un señor de 75 años que camina con bastón, siempre está alegre, haciendo chistes, me pide matrimonio unas 3 a 5 veces durante mi turno de voluntariado, pero siempre habla de su esposa. John me pregunta cada vez que me ve “¿tiene novio?” a lo que siempre le respondo, “tengo esposo y dos hijas” y el con su sonrisa pícara dice “ahh, llegué tarde”, “que no se entere mi esposa sino me toca salir corriendo por esa puerta”. Él tiene Alzheimer, en etapa temprana.
Bertha, una mujer hermosa, rubia de ojos marrones, su mirada siempre tiene una sensación de preocupación, se siente perdida todo el día, sin embargo, sigue las rutinas, hace los ejercicios que dirige la instructora, le encanta hacer manualidades y habla de sus hijas, tres hermosas niñas, pero nunca habla de su esposo. Me sorprendió que es la mujer más joven del lugar, no ha cumplido los 60. Al principio no recibía comida, con la idea de que alguien la había envenenado, poco a poco fui descubriendo sus sabores favoritos y con mucha paciencia ha logrado alimentarse bien y disfrutar de su tiempo con los demás. Ella tiene demencia, ¡yo no lo podía creer!
Mateo, un chico de 31 años quien perdió la vista en un accidente automovilístico cuando tenía 15 años, pasa sus días con una gran sonrisa, su cara y cráneo adornados por líneas que cuentan todas las cirugías a las que fue sometido para mantenerlo con vida, sabe hacer trucos de magia con sus cartas, ha vivido en China, conoce cada estado de EE.UU, habla con propiedad de cultura general, es amante de la comida, especialmente los postres, se esfuerza por entender y hablar un poquito de español, es amable, listo y siempre se ofrece a hacer masajes en las manos, muy relajantes por cierto. La primera vez que dirigí el bingo, Mateo me ayudaba repitiendo los números en caso de que no entendieran mi pronunciación, su desbordada amabilidad me conmueve.
Una señora muy especial a quien llamo “queen Lucy”, celebramos su cumpleaños número 98 con una gran torta y muchas velas, eso sí, come de todo, su cabello está completamente blanco, su rostro adornado con las más bellas líneas que pueda tener, usa caminador pero ella se pone de pie sin ayuda y va al baño por su cuenta, le encanta hacer manualidades, es muy perfeccionista y un tanto mandona; además, desarrolla crucigramas, sopas de letras y desafíos como laberintos o buscar las diferencias entre dos imágenes. Cada día después de almorzar se sienta con sus compañeros de mesa a jugar al dominó, si alguno no sabe, ella le enseña, si alguno se equivoca ella lo corrige. Su hijo menor siempre que la deja le da un beso en la frente y la recoge al finalizar la tarde con mucha emoción. Ella tiene sus años bien vividos, su mente lúcida y todo su ser con ganas de seguir disfrutando al lado de su familia amorosa.
Entre muchas historias que podría contarles, esas son las que más me han marcado. A mis 37 años entendí que las líneas que adornan mi cara y cuerpo son perfectas, que la belleza va más allá de los estándares actuales que nos acercan más a una Barbie (plástica) que a una mujer real, que vale más cuidar la salud interior y ejercitar la mente de la misma manera en la que se ejercita y moldea el cuerpo, que las canas, arrugas, pecas, dejan una marca de todo lo vivido, que más vale guardar lindos recuerdos que amargos momentos y especialmente que hoy y ahora es el momento para amar, para vivir, para decir “te amo”, “te extraño”, “te admiro” y todas las cosas lindas que pensamos de los demás, es hoy el momento de dibujar una línea más de manera consciente en nosotros, una bien vivida y sobre todo bien amada.



Es hoy un día para vivir más y juzgar menos, para compartir con las personas que amamos.
Solo le pido a Dios no perder la cabeza ni pretender borrar mi historia.
Y tú, ¿sientes vergüenza de las líneas que adornan tu vida?
Gracias por leerme una vez más,
Nellyjop

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