

Mi amor por la pastelería no viene de una tradición familiar. Mi mamá, que siempre ha preparado la comida más deliciosa del mundo —¿quién no cree eso de sus mamás?—, nunca ha horneado una sola torta o galletas en su vida.
¡Y mi papá, menos!
Recuerdo que mi mamá trabajó un año como chef para unos ingenieros en nuestra ciudad —Barrancabermeja—, cuando yo tenía 12 años. Ella preparaba el postre en casa para ahorrar tiempo, ya que eran doce personas las que debía alimentar. Así fue como aprendí a preparar mi primer postre: el de gelatina de colores.
Luego vinieron postres más elaborados —según mi criterio—: Gelatina mosaico, que es postre de gelatina picada en cuadritos con crema de leche, ese que parecía un flan de muchos colores; postre de galletas Ducales con crema de tres leches, de maracuyá (mi favorito) o de moras. ¡Mmm… qué delicia!


- Imágenes tomadas de Pinterest.
Por la misma época, mis vecinas de enfrente —Nuris, Luzmy y Tati— me enseñaron a hacer galletas de mantequilla. Jamás olvidaré la alegría de mi papá y mis hermanos, quienes sin más se las devoraban todas. Hoy me acompañan esos recuerdos.
El día de mi graduación del colegio, comprendí que debía quedarme en casa por falta de dinero para la universidad. Aprender a arreglar uñas y atender el hogar fueron las únicas posibilidades que tuve. Lo hice con amor y excelencia, por supuesto.
Luego la vida se tornó demasiado ocupada para mí. Recorrí un largo camino estudiando y trabajando al tiempo, lo que me alejó del horno por más de 10 años. Estudié varios cursos en el SENA (Servicio Nacional de Aprendizaje), lo que me dio la fuerza y la posibilidad de irme a Bucaramanga en busca de mi sueño de ser arquitecta.
¿Que locura, no? Empiezo hablando de pastelería pero el sueño de la Nelly de diez años era ser arquitecta. Esa niña que, siendo perseverante y resiliente, superó todo y lo logró. Pero eso es otra historia.
Sigo contando… ¿cómo me reencontré con la pastelería?
Faltaba tiempo para eso. Durante la universidad y trabajando a tiempo completo en una constructora, no me quedaba espacio para cocinar, mucho menos para hornear. Escasamente dormía tres horas diarias, y cuando contaba con suerte podía dormir diez horas una vez por semana para reponer. ¡Eso que llaman suerte!


Aquí es donde aparece mi novio —hoy día es mi esposo—, mi salvador. Desde que nos conocimos, él cocinaba para mí. Tal vez era su “modus operandi” para conquistar, ¡y bueno, salí beneficiada! Me dejaba la comida lista los fines de semana para que yo pudiera dedicarme a mis estudios. Llevaba dos años preparando comida deliciosa y yo, ¡nada! Ni un huevo frito.
Cuando él estaba por cumplir 42, le dije que le iba a celebrar con un delicioso almuerzo. ¡Almuerzo! ¿En qué estaba pensando? Había olvidado cómo hacer un arroz. Decidida a no darme por vencida, se me ocurrió comprar la carne ya sazonada (cruda) en un restaurante espectacular que además visitábamos seguido (aún no sé cómo no lo notó ese día, jajaja). Faltaba el acompañamiento, y pensé: puré de papas y ensalada dulce (de repollo morado y frutas). Pero… ¿cómo se preparaba eso?
Mi tía Teté me explicó por teléfono cómo se hacía el puré y la ensalada.
Puré listo, ¡quedó hasta bueno! La ensalada… no tanto. Creo que piqué medio repollo. Cuando vi que la refractaria estaba llena, dije: “¡Ni modo!” La fruta no se veía y el aderezo menos. Ya no había tiempo de hacerla de nuevo.


- imagen de la ensalada recreada con IA
Muerta de nervios, mi novio estaba por llegar. ¡Dios! Sólo me faltó ponerle velitas de cumpleaños a la ensalada, que fue la protagonista de la mesa. ¡Auxilio!
¿Recuerdan la famosa frase “el amor es ciego”? Pues así fue. Él llegó, almorzamos y luego… ya saben, el amor fue el postre. No me dijo una sola palabra acerca de la montaña de repollo. Hoy nos seguimos riendo de cómo lo conquisté con una ensalada y el engaño del lomo fino a las finas hierbas. ¡Un clásico!
Aquí hago un paréntesis. Por mucho tiempo le dije a mi cerebro que no sabía cocinar, que no era buena en la cocina, que no tenía tiempo para cocinar. Lo dije, lo pensé y lo ratifiqué tantas veces, hasta que me lo creí. Al punto que a esa anécdota se le sumaron otras: quemé la olla del chocolate, la pega del arroz me quedó negra más de una vez, las albóndigas se convirtieron en sopa de carne, las lentejas me quedaron saladas… y muchos etcéteras más tarde, volvería a la pastelería.
Hablemos de 2018. Había regresado de Estados Unidos a Colombia y algo que jamás creí que me sucedería, me pasó: ¡depresión! Ya no era arquitecta, no era la gerente de nuestra constructora, mis almacenes los había cerrado. Solo era una mamá de tiempo completo que deseaba cumplir muchos sueños, pero que las circunstancias no lo permitían.





Lloraba todas las noches sin que mi esposo ni mis hijas lo notaran. De día me dedicaba a llevarlas a la escuela; fines de semana en celebraciones de cumpleaños, paseos a la Mesa de los Santos, vacaciones por los pueblitos de Santander, Boyacá y Cundinamarca. Incluso creamos un club de lectura para niños. La cita era cada viernes en la noche, durante seis meses sin parar, hasta que tuvimos que mudarnos a otra casa.
Sin aceptar que tenía un problema, seguía llorando casi cada noche. Decidida a no buscar ayuda psicológica debido al gran “tabú”, sobreviví con ocupaciones, oración, el club de lectura (ahora con amigas) y mi entrenador personal: bicicleta, funcional, pilates… ¡Ah! y con cine, mucho cine.
Además volví al SENA, pero esta vez para aprender de chocolatería, y eso fue lo que sin querer me llevó de regreso a la pastelería. ¡Ya estamos más cerca!
👉 Aquí hago un paréntesis: Si te encuentras en un punto como en el que estuve, busca ayuda psicológica. La salud mental es fundamental y debe ser una prioridad. Hoy por hoy mi psicólogo es la cita más esperada del mes. Algunas veces lo necesito más seguido. Es un tema normal en casa. ¡Sin tabú!
La pastelería me devolvió a la vida… tenía un nuevo propósito



En 2020 llegó la pandemia. Encerrados en casa, sin contacto alguno con familia ni amigos, volví a hornear. Y aun cuando mi cabeza me aseguraba que sería un fracaso, persistí. Con tutoriales en YouTube, un par de moldes, pocos utensilios, un horno que no me permitía graduar la temperatura y que además cocinaba cuando él quería, lo intenté una y otra y otra vez.
¿Los primeros resultados? Un desastre. Tortas crudas, quemadas o sin desmoldar. Una vez olvidé ponerle los huevos a la mezcla, y después de tres horas en el horno, no se cocinó (jajaja). Me tomó un año hacer la primera torta de piña volteada decente, y cuando menos lo pensé, ¡ya estaba vendiendo!
Mi esposo sugirió que nombrara la pastelería tal como él me ha llamado desde el primer día que salimos: “Raquel” —Raquelita Artesanal.
Luego de intentar tortas, seguí con las cremas, galletas, decoraciones… hasta llegar al punto de hacer una torta para un matrimonio de 200 personas, atender varios eventos y hacer envíos nacionales. ¡Wow! Ni yo me la creía.




Por dos años fui Raquel —Raquelita—, hasta que decidimos migrar. Me llevé el sueño de abrir mi pastelería, y por temas de pronunciación en inglés, elegimos cambiar el nombre de Raquelita a LUVANA, en honor a nuestras hijas.
En conclusión…
Cuando empecé a decirle a mi cerebro que yo podía, en ese momento logré potenciar una habilidad que tenía olvidada. Con amor, perseverancia y pasión he logrado resultados maravillosos.
Soy Nelly y también Raquelita; soy arquitecta y pastelera; soy mamá y coach. Abrazo mi esencia y potencio mis talentos en cada rol que desempeño. Entrenando mis habilidades con disciplina, perseverancia y determinación. Buscando ayuda cuando la necesito y recibiendo retroalimentación con humildad, permitiéndome mejorar cada día.




👉 Te invito de la manera más amorosa a que empieces a hablarte de manera positiva. Así tu cerebro creerá que eres capaz y será tu nueva realidad. Esa certeza te llevará a fluir y cumplir tus sueños.
Valora cada esfuerzo, a veces el simple hecho de levantarse de la cama es una victoria, y buscar ayuda es un acto de valentía.
Si quieres recibir apoyo y emprender con propósito, no dudes en dejarme un mensaje. ¡Estaré encantada de ayudarte!
Gracias por leerme una vez más,
Nellyjop.


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